El aficionado no experimenta ningún placer con el sufrimiento de los animales. […] El antitaurino debe admitir la sinceridad del aficionado.
El criterio esencial del bienestar animal, el único por el que deberíamos luchar, reside en las condiciones de vida.
Se torean los toros por desafío, diversión, pasión.
Si el toro fuera pasivo o estuviera desarmado, la lidia no tendría ningún sentido. De hecho, no sería una corrida sino una vulgar carnicería.
El compromiso del torero: no puede afrontar a su adversario sin jugarse la vida.
El dolor animal, que sin duda existe, no implica que podamos compararlo con el sufrimiento humano, ya que en el animal es instantáneo y no va acompañado de la conciencia reflexiva que aumenta el desamparo.
El toro de lidia no reacciona a las heridas huyendo sino atacando.
El toro no quiere luchar, pero no es porque sea contrario a su naturaleza el luchar, sino porque lo que es contrario a su naturaleza es el querer.
La astucia contra la fuerza. […] Ilustra la superioridad de la inteligencia humana sobre la fuerza bruta del toro. […] Es una ceremonia.
El hecho de matarlo para algo diferente de comérselo, como si comer fuera la finalidad más elevada y la más defendible.
Las corridas de toros son un combate estilizado y una ceremonia sacrificial. […] Ritual regulado precediendo al acto y recogido silencio en el momento de la muerte.
El toro se transforma en el único adversario que el hombre encuentra digno de él. […] Al animal se le combate con respeto y no se le abate como a un bicho dañino.
El deber de arriesgar la propia vida es el precio que uno tiene que pagar para tener el derecho de matar al animal. […] Si se vence sin peligro se triunfa sin gloria.
La corrida de toros no sería nada sin su ritual.
Igual que la ópera, el flamenco o el fútbol, los toros no son ni de derechas ni de izquierdas.
Nuestra época ha perdido poco a poco el sentido de los ritos, de la muerte, de la naturaleza, de la animalidad. […] Todas las poblaciones que adoptaron este ritual y sus valores los integraron en sus culturas y sus tradiciones particulares porque reconocieron en ellos una parte de su propia humanidad.
No porque hay tradición, sino allí donde hay. […] Coexistir con discursos taurinos, vivir próximo a los toros, relacionarse desde niño con este magníficio y fiero animal, y tener admiración hacia el toro y su bravura, son elementos que han forjado la sensibilidad necesaria para la percepción de este singular espectáculo.
El animalismo no es una extensión de los valores humanistas. Es su negación. […] Intentando alzar a los animales hasta el nivel en el que debemos tratar a los hombres, necesariamente rebajamos a los hombres al nivel en el que tratamos a los animales.
No es porque sea más cruel objetivamente que todas las formas de explotación animal (se sabe perfectamente que no), ni porque contraríe más la naturaleza de los animales que las demás formas conocidas de domesticación, sino porque contradice la imagen aséptica y edulcorada que se tiene actualmente del mundo animal.
El imperialismo cultural anglosajón y sus principios animalistas están en las antípodas de las tradiciones culturales, ideológicas y religiosas de los pueblos mediterráneos. El sentido de la fiesta en la calle, la ritualización de la muerte, y la estilización enfática de lo trágico, elementos constitutivos de la fiesta de los toros, están en el fundamento de todas las culturas mediterráneas.